sábado, 30 de mayo de 2009

DOCTRINA DEL HIELO ETERNO

Hans Horbiger y la historia del sistema solar

Los sabios admiten, por lo general, que nuestro Universo fue creado por una explosión producida hace tres o cuatro mil millones de años. Pero, ¿explosión de qué? Tal vez el Cosmos entero estaba contenido en un átomo, punto cero de la creación. Este átomo habría estallado, continuando después en una expansión constante. Él habría contenido toda la materia y todas fuerzas hoy desplegadas. Pero, en esta hipótesis, no se encuentra el comienzo absoluto del Universo. Los teóricos de la expansión del Universo partiendo de aquel átomo, no tocan el problema de su origen. En resumidas cuentas, la ciencia no nos ofrece mayores precisiones que el admirable poema indio: <>
En lo que atañe al nacimiento de nuestro sistema solar, las hipótesis son igualmente inconsistentes. Se imaginó que los planetas nacieron de una explosión parcial del Sol. Un gran cuerpo astral debió de pasar cerca de aquél, arrancando una parte de la sustancia solar que se desparramaría en el espacio, fijándose en planetas. Después, el gran cuerpo, el superastro desconocido, debió proseguir su ruta, ahogándose en el infinito. Se imaginó también la explosión de un sol gemelo del nuestro. El profesor H.N. Roussel, resumiendo la cuestión, escribe con humor:<>En cambio, Horbiger pretende saber cómo ocurrió la cosa. Él posee la explicación definitiva. En una carta al ingeniero Willy Ley, afirma que esta explicación le saltó a los ojos en su juventud. <> Esto es todo. A partir de aquel momento, la doctrina de Horbiger crece y fructifica. Es la manzana de Newton.Había en el cielo un cuerpo enorme y a elevada temperatura, millones de veces mayor que nuestro Sol actual. Este cuerpo chocó con un planeta gigante, constituido por una acumulación de hielo cósmico. La masa de hielo penetró en el supersol. Nada ocurrió durante centenares de miles de años. Después, el vapor de agua hizo que todo estallara. Algunos fragmentos fueron proyectados tan lejos que se perdieron en el espacio helado.Otros volvieron a caer sobre la masa central donde se había originado la explosión.Otros, por último, fueron proyectados a una zona intermedia: son los planetas de nuestro sistema. Había treinta de ellos. Son bloques que, poco a poco, se han ido cubriendo de hielo. La Luna, Júpiter, Saturno, son de hielo, y los canales de Marte son grietas de hielo. Sólo la tierra no está absolutamente dominada por el frío: en ella sigue la lucha entre el hielo y el fuego.A una distancia igual a tres veces la de Neptuno, se hallaba, en el momento de la explosión, un enorme anillo de hielo. Y allí sigue estando. Es lo que los astrónomos oficiales se empeñan en llamar Vía láctea, porque algunas estrellas parecidas a nuestro Sol, en el espacio infinito, brillan a través de ella. En cuanto a las fotografías de estrellas individuales cuyo conjunto nos daría una Vía Láctea, son simples composiciones.Las manchas que se observan en el Sol y que cambian de forma y de lugar cada once años, siguen siendo inexplicables para los sabios ortodoxos. Pues bien, son producidas por la caída de bloques de hielo, que se desprenden de Júpiter. Júpiter cierra su círculo alrededor del Sol cada once años.
En la zona media de la explosión. Los planetas del sistema a que pertenecemos obedecen a dos fuerzas:- La fuerza primitiva de la explosión, que los aleja.- La gravitación que los atrae a la masa más fuerte situada en su proximidad.Estas dos fuerzas no son iguales. La fuerza de la explosión inicial va disminuyendo, porque el espacio no está vacío, sino que hay en él una materia tenue, compuesta de hidrógeno y de vapor de agua. A demás, el agua que alcanza el Sol llena el espacio de cristales de hielo. De este modo se ve cada vez más frenada la fuerza inicial de repulsión. Por el contrario, la gravitación es constante. Por esto cada planeta se acerca al más próximo que lo atrae. Se acerca trazando círculos a su alrededor, o mejor dicho, describiendo una espiral que se va encogiendo. Así, tarde o temprano, cada planeta caerá en el más próximo, y todo el sistema acabará por caer, en forma de hielo, en el Sol. Entonces se producirá una nueva explosión y todo volverá a comenzar.Hielo y fuego, repulsión y atracción, luchan eternamente en el universo. Esta lucha determina la vida, la muerte y el renacimiento perpetuo del Cosmos. Un escritor alemán, Elmar Brugg, escribió en 1952 una obra encomiástica de Horbiger, en la cual nos dice:<>
Luego es verdad: la Luna acabará por caer en la Tierra. Existe un momento - varias decenas de milenios – en que la distancia de un planeta a otro parece fija. Pero llegará un día en que nos demos cuenta de que la espiral se encoge. Poco a poco, en el curso de las edades, la Luna se irá acercando. La fuerza de gravitación que ejerce sobre la Tierra aumentará. Entonces las aguas de nuestros océanos se juntarán en una marea permanente y ascenderán, cubriendo las tierras, ahogando los trópicos y cercando las más altas montañas. Los seres se sentirán progresivamente liberados de su peso. Crecerán. Los rayos cósmicos serán cada vez más poderosos. Al actuar sobre los genes y los cromosomas, producirán mutaciones. Aparecerán nuevas razas, animales, plantas y hombres gigantescos.Después, al acercarse más, la Luna estallará, girando a toda velocidad, y se convertirá en un inmenso anillo de rocas, de hielo, de agua y de gas, que girará cada vez más deprisa. Por fin, el anillo caerá sobre la Tierra, y será la caída, el Apocalipsis anunciado. Pero si subsisten algunos hombres, los más fuertes, los mejores, los elegidos presenciarán extraños y formidables espectáculos. Y acaso, el espectáculo final. Después de muchos milenios sin satélite, durante los cuales la Tierra habrá conocido extraordinarias imbricaciones de razas antiguas y nuevas, civilizaciones de gigantes, re nacimientos después del Diluvio, e inmensos cataclismos, Marte, más pequeño que nuestro Globo, acabará por acercársele. Alcanzará la órbita de la Tierra. Pero es demasiado grande para ser capturado, para convertirse, como la Luna, en un satélite. Pasará muy cerca de la Tierra, la rozará e irá a caer en el Sol, atraído por éste, aspirado por el fuego. Entonces, nuestra atmósfera se sentirá de pronto atrapada, arrastrada por la gravitación de Marte, y nos abandonará para perderse en el espacio. Entonces los océanos se agitarán en torbellino y hervirán sobre la superficie de la tierra, bañándolo todo, y la corteza estallará. Nuestro Globo, muerto, seguirá girando en espiral, será alcanzado por los planetoides helados que navegan por el cielo y se convertirá en una enorme bola de hielo que, a su vez, se arrojará contra el Sol. Después de la colisión, vendrá el gran silencio, la gran inmovilidad, mientras el vapor de agua se irá acumulando, durante millones de años, en el interior de la masa ardiente. Por fin, se producirá una nueva explosión y otras creaciones en la eternidad de las fuerzas ardientes del Cosmos.Tal es el destino de nuestro sistema solar, según la visión del ingeniero austriaco a quien los dignatarios nacionalsocialistas llamaban El Copénico del siglo XX. Vamos a considerar ahora esta visión referida a la historia pasada, presente y futura de la Tierra y de los hombres. Es una historia que, vista al través de <> del profeta Horbiger, parece una leyenda, llena de revelaciones fabulosas y rarezas formidables.

Sangre, Honor & Orgullo!!
Heil Hitler!

viernes, 29 de mayo de 2009

Lucifer y la Hiperborea

El origen de Hiperbórea se halla en los límites del tiempo, cuando en el cielo hubo una confrontación entre Jehová, dios del mundo material, y las huestes espirituales de Lucifer. En esta contienda cósmica se produjo la “traición de los Traidores Blancos”. Mediante esta estrategia, encadenando la consciencia divina en el mundo, Jehová trata de dar entidad a su mundo ilusorio. Jehová necesita del elemento divino pero sometido a su designio.

En consecuencia, a raíz de esta situación, el espíritu quedó encadenado en la materia y el alma del mundo, dando lugar a una estirpe de semidivinos. Esta estirpe se hallará desde entonces entre dos mundos y en medio de una terrible confrontación cósmica. Tratando de ayudar a sus hijos semidivinos, los Dioses Blancos crean Hiperbórea, un territorio libre del mundo desde el que luchan para rescatar a los suyos de la cárcel de la materia.

Hiperbórea estaba situada más allá del océano boreal y aislada del mundo, según una versión del mito, por una muralla de constitución vítrea. En otras versiones la muralla mágica era de piedra, al estilo de las construcciones ciclópeas del mundo antiguo. Gracias a esta separación, la pureza racial no estaba amenazada y podían vivir en armonía. Cuando los dioses hiperbóreos hubieron de partir para retornar más allá de las estrellas, antes de marchar dejaron en la tierra un objeto especialmente sagrado: el Gral o Grial. Este objeto, la esmeralda de la Corona de Lucifer, tiene la virtud de permitir a los espíritus caídos mantener el vínculo con el mundo de los dioses.

Tras un cataclismo planetario, Hiperbórea desapareció y aquella eterna primavera ártica dio paso a un clima frío e inhabitable. Los descendientes de los arios que quedaron sobre la superficie de este planeta hubieron de emigrar hacia regiones más al sur. Así, los arios emigrarían fundando la legendaria civilización del Gobi, en el Asia y migrando también hacia Escandinavia. Los innumerables restos de fauna congelada en las islas árticas hoy inhabitables, como la isla de Vrangelja (Vrangel), al norte de Siberia, en pleno Océano Ártico, así como los yacimientos de carbón de las islas árticas como Spitsberg (Noruega), son la demostración de que en otro tiempo aquellas tierras polares, hoy inhabitables, fueron lugares de naturaleza exuberante. De esta manera, la Patria original de los arios sería sepultada por los hielos polares

Salve Lucifer!

Salve Hiperborea!

Eterna tierra de Arios!